Por Manuel A. Hernández Giuliani
Logré verlo venir apresurado, a lo lejos. Mientras le daba un último jalón al cigarrillo, miré alrededor, nadie desconocido nos observaba. Abrió la puerta del edificio, dejó que cerrara a su suerte, no se percató de mi presencia, lo vi detenerse a presionar el botón del ascensor. Le saludé amablemente mientras observaba su desconcierto, le ofrecí mi servicio a la vez que le mostraba mi herramienta de trabajo, me agrada verles el rostro cuando la observan brillar. Los demás llegaban para unirse a la venta, le indiqué al cliente la oferta del día, nos dará cooperación a cambio de salvar su vida.
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