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—¡Listo! ya está arreglado, que tengas un buen día.

viernes, 18 de febrero de 2011

Marcos

Marcos
Por Manuel A. Hernández Giuliani

Las noches seguían frías, así lo sentía él desde que enviudó, pensaba que era normal. Escuchaba a su hija jugar en su cuarto mientras él removía al chocolate caliente, estaba ansioso por sentarse a saborearlo, el aroma del cacao le recordaban su infancia, sin embargo el prepararlo le era extraño, ser servido era lo que recordaba. 

Su pequeña hija le sorprende en la cocina, entra alegre, como siempre radiante y enérgica. Se sienta a la mesa anticipando lo que estaba a punto de saborear. 


—Papi —le dijo con un tono despreocupado mientras subía y bajaba los brazos de su viejo osito de peluche—, ¿ese chocolate te lo enviaron del pueblito donde naciste? 
—¡Claro hijita! —le responde con cariño—, es cacao carupanero, que por cierto no es un pueblo, es una ciudad pequeña, —reclama él convencido y con una mueca arrogante en las cejas. 
—Hija, ¿cómo sabes tú que recibí este chocolate de Carúpano?
—¡Ay papi!, me lo dijo mi amiguito. 
—¿Cuál amigo hija? —le pregunta mientras servía el chocolate humeante en las golpeadas tasas de peltre de su vajilla de diario. 
—¡Con el que siempre juego papi!. 
—¿Atendiste alguna llamada hoy?
—¡No papi! —contenta por saber la respuesta.

En ese momento ya el osito de peluche estaba en proceso de cambio de ropa, su vieja braga estaba en la mesa mientras la pijama más elegante, la azul, se atoraba por el cuello del peludo y viejo compañero. 

No le gustaba cuando le mentían, pero con su hija no podía molestarse, era el sol de sus mañanas. 

—¡Hija!, por favor dime la verdad, cuéntame con quien hablaste hoy, 
—¡Papá! —dice ella con tono fastidiado— ¡no me escuchaste!, hablé con Marcos mi amiguito de juegos. 
—¿Del colegio? —pregunta el papá un poco desconcertado. 
—¡No!, aquí en casa —responde ella inmediatamente. 

A esa altura el oso ya estaba de nuevo con sus ejercicios de brazo y piernas, sube y baja, mientras el padre jugaba con el humo que manaba de la tasa a la vez que intentaba sorber un poco de ella. 

La suspicacia e imaginación de su hija le maravillaba, se parecía tanto a su madre, pensó en seguirle el juego mientras seguía enfriando el espeso y humeante chocolate. 

—¿Dónde vive ese tal... cómo es que se llama? —le preguntó mientras miraba y removía la tasa. 
—¡Marcos!, ¡vive aquí papi! 

La tasa de él dejo de moverse pero el líquido no le respondió de igual manera. 

—Hija, pero yo nunca le he visto —su voz era firme pero su mano le delataba su inseguridad— ¿cómo puedes decir que vive aquí? 
—¡Si papi vive aquí!, a veces está conmigo en el cuarto, pero la mayoría de las veces está en el estudio jugando, cuando se aburre merodea por la casa buscando algo que hacer. Pero ahora papi, me dijo que su misión a terminado y quiere que le ayudes a regresar con su familia. 

No sabía qué hacer, qué decir, la tasa estaba depositada en la mesa, el líquido ya no se movía. 

—¿Papa?, ¿le vas a ayudar? 

No hubo respuesta, 

—¿Papi? — le dijo en tono dulzón y querendón mientras le sacudía al osito en el aire para ver si reaccionaba. 
—¿Cómo dices?
—Él quiere que me ayudes a quemar esto —le entregó un viejo y pequeño juguete de madera, un caballo relinchante que era detenido por un jinete inexistente. 
—¿Eso es todo? —replicó él incrédulo.
—Si papi —respondió ella mientras le entregaba el juguete. 

Él lo toma y lo observa detenidamente, reconoció en él su extrañés, jamás lo había visto en casa, tomó una vasija de cerámica le arrojo kerosene y encendió una cerilla. Contempló por última vez aquella pieza de madera mojada y le arrojó al fuego sin contemplación. Se observaron y esperaron abrazados a que las llamas consumieran la madera que suplicaba sus últimos momentos con crujidos que retumbaban en las paredes de la casa. 

El ambiente se tornó cálido, aquel acostumbrado frío ha desaparecido. 

—¡Papi! 
—¿Si hija?
—Ya se despidió, me dijo que te dijera que mami nos quiere mucho y que está pendiente de nosotros.

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