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lunes, 28 de marzo de 2011

El día que conocí al Presidente

El día que conocí al Presidente
Por Manuel A. Hernández Giuliani

Un día cualquiera de mi época de estudiante universitario recibí una llamada telefónica de mi padre. Luego de los saludos habituales me pregunta si me encontraría ocupado lo que restaba de semana, era miércoles. Le conté sobre mi larga lista de actividades pendientes para la semana. En medio de mi explicación me dice: “hijo, ¿quiéres conocer al presidente?”.

Cuatro horas luego de aquella conversación telefónica me encontraba en Villa Paraíso, sector el Rincón, Bejuma. Lejos de mi Caracas, aquella que el Binomio de Oro rezaba con su coro “Caracas, Caracas como me gusta ésta ciudad...”. Me encontraba a la espera de conocer, al día siguiente, a un ex presidente de la república. Eso no sucede todos los días. Era mi primera vez.

La mañana siguiente realizo mi ritual diario; un baño matutino y me visto con mis mejores galas. Espero junto a mi padre a la llegada del presidente. Recuerdo que me sentía eufórico, a mi manera, sin demostrarlo y manteniendo la cordura, con expectativas aumentadas sobre cómo sería ese encuentro. Admito que tenía sentimientos encontrados, por un lado temor; por el otro curiosidad infantil.

Llegó, acompañado de Pata e loro el Alcalde del pueblo, vestido de lino de pies a cabeza; de pantalones blancos con un ligero toque de beige. Le quedaba holgado sin mostrarse grande o mejor dicho la talla era justa, la correcta. Su camisa era azul celeste con delgadas rayas blancas verticales. 

Y su chaqueta, aquella que le caracterizaba, elegante pero casual; hasta un toque deportivo tenía. Incluso me atrevo a decir que él la puso de moda. Era del mismo color del pantalón que le combinaba de manera singular. Mi padre me dijo luego que la chaqueta fue diseñada por Giovanni Scutaro cuando trabajaba para Clemens.

Tuve el honor de sentarme a su lado en la sala de aquella casa campestre. Le escuchaba hablar, siempre callaba mientras los grandes hablaban. Conversaba de manera natural con criterio y seguridad. Era un hombre de mundo; de experiencia y sabiduría. Supo quedarse en el país cuando muchos le decían que huyera, pero ahí estaba él y yo a su lado.

Era cierto, su carisma no tiene comparación. Muy educado al desayunar, a pesar de haber servido abundante comida, la típica bejumera. Él comió frugalmente. Sus energías las empleaba en conversar; en responder a las preguntas respetuosas de mi padre y al debate campechano de Pata e loro. De vez en cuando yo intervenía con un pequeño comentario de estudiante o reafirmaba las opiniones que se debatían.

Tenía en su hablar su acento, ese acento que junto a su gentilicio le valió para ganarse su apodo, el apodo que lo llevó a la presidencia de la república por segunda vez. De su primera vez no tengo recuerdos por tener poco menos de un año en su inicio de gestión. Según dicen los entendidos, esa segunda vez quería corregir todas aquellas cosas que realizó mal en su primer gobierno, yo les creo. Aún más, luego de haberlo conocido personalmente y que las arenas del tiempo erosionaran cualquier vestigio de un pasado mejor.

Aquella mañana en Villa Paraíso la vista era hermosa en todas sus direcciones. El pasto verde, los arboles del cepillo con sus flores coloradas, aquellos arboles cargados de las naranjas más dulces del país. Inclusive cuando cerrabas los ojos seguías viendo con la mente a los pájaros cantar, la brisa fresca susurrar la tranquilidad de aquel día. Fue el día que conocí al Presidente Carlos Andrés Perez.

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