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—¡Listo! ya está arreglado, que tengas un buen día.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Punctum

Punctum
Por Manuel A. Hernández Giuliani

Ahí la tengo; su cuello en mis manos. Un solo apretón y habré logrado echar a la basura un año de esfuerzo por ser o al menos parecer normal. Cómo evitar el deseo hacía esta mujer, sentirme liberado con sus gritos ahogados.


Había logrado acoplarme al grupo de fotógrafos con personalidades diversas y complementarias. En mucho tiempo sentía al fin paz, aquella que durante casi toda mi vida logré ocultar a través de mis travesuras mortales... para ellas. Este grupo de manera individual y colectiva trataba de expresar en imágenes su sufrimiento. Ellos no lo ven así, es evidente que sufren y sólo pueden liberar ese dolor a través de aquellas expresiones a veces a color, casi siempre en blanco y negro.

Encajé como el solitario del grupo, aquel que estaba siempre con un Walkman en los oídos por que odiaba al Ipod; el que usa una Oly por que todos los demás se uniforman con Canon y Nikon; el que bebe cerveza Zulia en vez de Polar Ice por la simple nostalgia de un pasado mejor; el que busca los retratos con miradas perdidas y que odia las sonrisas Facebook o Pepsodent. Ahí conseguí estar de nuevo en nirvana aunque sea por una vía menos placentera. 

Mostré mis mejores imágenes la primera noche en Adícora, sentía que había superado mi necesidad de satisfacerme a través de apagar luces... sin remordimiento. Mi pasado me abandonaba; renacía como fotógrafo solitario en su búsqueda de espacio negativos, aquellos espacios que antes lograba colmar de manera espléndidamente trágica. 

Dicen que el primer amor nunca se olvida, es verdad. Aún recuerdo cómo logré hacer que se interesara en mi aquella colegiala, con trucos baratos que los hombres “cocoseco” suelen utilizar, “No te amo porque te necesito, te necesito porque te amo” o “Morir ya no me asusta, he visto el cielo en ti” esta última era mi preferida dado la ironía que reflejaba, era ella la que disfrutaría esa suerte, y con esas frases huecas las había convencido a pertenecerme para siempre. 

Aquella noche estaba lo suficientemente alejado de la fogata como para estar en el grupo pero sin pertenecer a él. Fue cuando se sentó a mi lado. Así como se le ofrece un trago de ron al alcohólico, o una línea de coca al drogadicto, ella se sentaba a mi lado poniéndome en la más difícil prueba sobre mi adicción, una gota de sudor delataba mi esfuerzo por no ceder.

—Me encantó tu trabajo —Me dijo con voz aterciopelada.

Logré ver su anillo y recordé que había dicho al grupo, el día uno de aquella travesía de medio mes, que estaba felizmente casada y con dos hermosos hijos. 

—Gracias —respondí, alejándome de su mirada y devolviéndola al suelo, aquel que había estado arando con una rama de un monte espinoso; jamás debí apartarla de suelo y debí ignorarla, debí obligarla a alejarse de mí.

—En que te inspiras para tomar aquellas imágenes tan hermosas, tan minimalistas pero a la vez cargadas de emocionalidad; son tan fuertes que no logro quitármelos de la mente.
—Se le dice punctum.
—¿A qué?
— A eso que ves de una imagen luego de haberla observado, aquello que no te puedes quitar de la cabeza. Cuando observas una imagen y luego cierras los ojos sale algo que sin importar si te agrada o no está presente; sobresale a lo demás, no puedes borrarlo de tu mente, te persigue. Así lo definió Barthes, ¡bueno el lo explica mejor que yo!.
—¿Barthes?, háblame de él, por cierto me llamo Penélope —me dijo estirando su brazo estilizado y del color de los médanos de Coro. 

Le miré la mano, dudé en tomarla, pero luego de un par de segundos eternos decidí la suerte de ese viaje. Estaba a punto de aceptar el trago, la línea,...

—Me dicen Aquiles.

Al parecer ella pasó una de las veladas más agradables en mucho tiempo, según me dijo. Al pasar los días nuestra “amistad” crecía, yo me interesaba en ella perdidamente y ella, aunque fuera de la manera tradicional, me correspondía. Jamás imaginé que la fotografía, algo que usaba para huir de mi naturaleza, me estuviese reencontrando con ella. 

Nuestra última locación fotográfica, dejamos los vehículos en el pueblo Caño de Ajies para tomar las curiaras que nos llevarían a una zona donde moraban los indios Warao. Pernoctaríamos una noche y regresaríamos a la tarde del siguiente día. Los caños suben de nivel en las mañanas y en las tardes permitiendo la navegación sobre ellos, un día sería suficiente. 

Esa misma noche, luego de la rutina fotográfica del día y la agotadora travesía por el caño, después de ver como éste bajaba lentamente su nivel atrapándonos sin piedad en aquella inmensidad en una de las tantas islas dentro del delta, armamos nuestras tiendas, la fogata y preparamos toda la logística para urbanizar nuestra pequeña ciudad dentro de aquella soledad. Un intento humano de ser libre pero que no logra separarse de las ataduras de las metrópolis del mundo moderno. Por suerte no había celdas celulares que nos molestaran. 

El grupo estaba melancólico, estaba pronto por acabar ese viaje donde algunos habían dejado atrás sus máscaras y se reencontraban con su verdadero yo. Así lo reflejaban las imágenes, esas que todos veíamos y apreciábamos por las grandes transformaciones silenciosas que evidenciaban, todos crecieron. Desearon que jamás acabara aquella pausa en el infinito del tiempo.

—Penélope.
—Aquiles.
—¿Caminamos?

Le dije señalándole con mi mirada la oscuridad. Ella comprendió, respiró profundamente, miró alrededor y se percató que éramos invisibles ante los demás, nadie se dio cuenta cuando nos alejamos hacia la nada. No éramos los únicos ausentes, todos querían despedirse aquella noche. Cada quien a su manera.

Antes había reservado un espacio, debo admitir que era hermoso, la playa era pequeña, apenas si cabíamos los dos, el reflejo plateado de la luna llena sobre aquel caño apacible era como el segundo movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven dirigida por Dudamel, hasta una persona como yo sentía debilidad por aquella escena que pocos han podido apreciar.

—¿Te gusta? —le pregunté sacándola de su abstracción.
—Sí.

La miré directamente a los ojos, aquellos que la luna me ayudaba a ver su profundidad, sus ojos sólo lo comparaba con el mar de Los Roques. Acerque mi rostro al de ella. 

Cerró sus ojos y le retiré con una mano el cabello en forma de rizos dorados que le caían delicadamente sobre su hermoso rostro. Fue un beso desahogador para ambos, sentía su respiración cálida y entrecortada en mi rostro el cual absorbía y respiraba. Algunas lágrimas brotaban de sus ojos a la vez que nuestros cuerpos se fundían en uno solo; la calidez de su cuerpo competía con el ambiente, ella le llevaba la delantera a la naturaleza. 

Le pasaba las manos sobre su cuerpo; ella lo aceptaba y lo agradecía con sus mordidas sobre mí, ya se había entregado y olvidó por completo su remordimiento. Era el momento preciso, ahí la tenía con su cuello en mis manos, su vida me pertenecía mientras lo disfrutábamos. Debía hacerlo y culminar con la farsa de mi renacimiento, retomar aquel camino del que huía.

—¡Te amo! 

Le escuche decir mientras el cuerpo de ella explotaba y su espalda sudaba copiosamente. Me desconecté, jamás me habían dicho esa frase o al menos que significara algo para mí. Recordé nuestras charlas sobre Barthes, Henrí Cartier, Nachtwey, Sontag, Bill Gates y Steve Jobs. Recordé nuestra aficiones complementarias: ella Ipod yo Walkman, ella Canon yo Oly, ella creyente en Dios y yo en su inexistencia, ella inocencia y yo la maldad.

Me desprendí de mi mismo, me separaré de la realidad, la euforia de vivir y dejarla vivir. Ella me estaba haciendo ver aquellas cosas en las que no creo, ¿cómo pudo lograrlo? En ese momento me interesó poco explicarlo, nunca fui de esa manera. 

Mi cuerpo le siguió en sus intenciones y nos desdibujamos en la arena. La luna, el caño y sus reflejos, la arena, Dudamel con su sinfonía imaginaria y nosotros dos eramos uno con el universo.

—¿Me llamarás?

Levanté la mirada hacia aquellos ojos profundos, sin ninguna contemplación le respondí tratando de no delatarme.

— No, no quiero hacerte sufrir ni joder tu vida y la de los tuyos.
— No me hallo sin ti.
— Lo superarás.

Miré su desconsuelo mientras retrocedía sin darle la espalda, era hora de continuar nuestras vidas si es que teníamos una, separarme del grupo. Desapareceré mientras hallo una respuesta a lo que acabo de vivir. Cambiaré la Oly por una Canon.

versión para Kindle

1 comentario:

Kathleen dijo...

Ya habia dicho que me encantó. Además, el nombre quedó de lo mejor. Felicidades.